Menos para el jinete, parecía una película de acción. El hombre, herido en un brazo por una flecha, galopaba desesperadamente; escapaba de la docena de araucanos que lo perseguían. John Daniel Evans tenía tres años cuando había llegado con el primer contingente de galeses a la Patagonia y ahora, a sus 19 años, le estaba escapando a la muerte.
El ministro del Interior Guillermo Rawson se sorprendió cuando los galeses Love Jones-Parry y Lewis Jones le dijeron que sus intenciones eran la de fundar una nación galesa en la Patagonia, con su idioma, su religión, sus escuelas, sus costumbres hasta con moneda propia.
Se habían ido de Gran Bretaña por la hambruna y las imposiciones de las leyes inglesas, y ahora buscaban mayor libertad. En ese momento, Rawson no quiso desalentarlos y los ayudó. Los galeses regresaron a su tierra, donde relataron que habían visto gran cantidad de animales pastando en las praderas, tierras colmadas de árboles frutales y una inmensidad que pedía ser colonizada.

Guillermo Rawson, ministro del Interior de Bartolomé Mitre, fue un importante promotor de la inmigración galesa.
Los colonos, embarcados en el velero Mimosa zarparon del puerto de Liverpool el 28 de mayo de 1865 y desembarcaron en Chubut el 28 de julio. Eran 153 hombres, mujeres y niños. Cuando pisaron tierra, bautizaron el lugar como Puerto Madryn, en homenaje a Love Jones Parry, del castillo de Madryn, en Arfon, Gales.

El Mimosa, la embarcación que trajo a las costas de Chubut a los primeros inmigrantes galeses.
“Arisca, solitaria, deprimente”, fue la primera impresión de los colonos. La aridez de la zona, el frío y la falta de alimentos, los llevó a dirigirse hacia el sur, en dirección al valle del río Chubut. Casi sin agua y comida, estuvieron por bajar los brazos cuando alcanzaron el río. Improvisaron chozas y el 15 de septiembre el comandante militar de Patagones Julián Murga les otorgó la posesión de esas tierras. Era la primera colonia galesa, bautizada Rawson, en honor al ministro que tanto había hecho por ellos.
Fueron tiempos difíciles y de Buenos Aires debieron enviarles provisiones y medicinas a aquellos galeses, la mayoría de ellos mineros y carpinteros, que habían trabajado en fábricas y que de agricultura poco conocían.

“Arisca y solitaria”, describiría el galés John Daniel Evans, a las tierras que ayudaría a colonizar.
Un día el encuentro se produjo: “¡Llegaron los indios!”. El reverendo Mathews recuerda que “hicieron su aparición un anciano, una anciana y dos mozas, ataviados todos con pieles de guanaco. Tenían un toldo hecho de cueros y algunos palos y un gran número de caballos, yeguas y perros. Tanto ellos como nosotros desconfiábamos los unos de los otros, y no sabíamos cómo tratarnos, pues no entendíamos ni una de las palabras que nos decíamos. Poco a poco llegamos a entendernos bastante bien”.
Los tehuelches les enseñaron a cazar y a sembrar, a criar ganado y hasta a manejar las boleadoras.
En 1874 llegó otro contingente de galeses, más duchos en el oficio de vivir de la tierra, y todo cambió. Y nacerían otros poblados, como Gaiman, palabra tehuelche que significa piedra de afilar.

Los galeses en la Argentina mantuvieron su identidad y costumbres, adaptándose al país.
En el Valle de los Mártires
El que ahora era intensamente perseguido, John Daniel Evans, había aprendido a vivir y a trabajar de la tierra patagónica gracias a la amistad con el hijo del cacique Wisel, quien le enseñó muchos de los secretos para sobrevivir en las praderas. Eran “hermanos del desierto”.
Luego que el capitán Richards llegase con la novedad de que en el oeste había oro, nueve jóvenes organizaron, en noviembre de 1883, una expedición para ir en la búsqueda del precioso metal. Cinco de ellos retornaron a los pocos días de la partida; solo John Parry, John Hughes, Richard David y el propio Evans continuaron con la travesía.

El caballo Malacara, quien le salvó la vida a Evans en el Valle de los Mártires.
Cerca de la cordillera, en febrero de 1884, se habían encontrado con dos araucanos de la tribu del cacique Foyel, quienes con engaños pretendieron llevarlos a sus tolderías, ya que los consideraban espías del ejército. Como pudieron, los galeses se negaron, hubo un intercambio de regalos y consideraron prudente regresar. Llevaban en arreo a 14 caballos.